En un país sumido en el terror oscurantista que vive a la sombra de un gobierno dictador, las cabecillas políticas en convenio con empresas químicas transnacionales llegaron a un acuerdo para detener la ferviente emancipación de su propio pueblo, pues estaban al borde de una violenta revolución.
A través de una formula supersecreta que desarrolló el país vecino del norte y un ultraendeudamiento financiero del propio hogar, los vecinos les vendieron una poción para revivir a los muertos, que el gobierno dictador iba a usar para traer de vuelta a los héroes patrios del pasado perdido, cumplirían el objeto de hacer una confusión mediática y servir como símbolos de libertad e independencia que sus héroes habían ganado y perdido bastante tiempo atrás y que no existían tales conceptos en ese presente de desolación.
La fórmula química traía descerebrados a los muertos convirtiéndolos en auténticos monstruos a pesar de su forma tan parecida al individuo cuando estaba vivo y tenía una descomposición rápida haciéndolos cada vez más horripilantes. A causa de esta situación existía un tratamiento para mantenerlos frescos y no perdieran su imagen decente, pero era costosísima, así que los políticos decidieron pagar también el tratamiento siguiéndole causando un endeudamiento al país que duraría por los años de los años y los siglos de los siglos.
El gobierno se encargaba de mantener a los zombis controlados y contenidos en celdillas especiales y vigiladas por su super comité de policías gordos y mal entrenados.
El pueblo se aburrió de tanta mamada.